Imagina por un segundo que Nevermind de Nirvana no tuviera a ese bebé flotando bajo el agua, sino seis versiones distintas de portadas, cada una con un concepto diferente. O que Lemonade de Beyoncé no se hubiera quedado con esa imagen poderosa y única de ella con el abrigo de piel, sino que hubiera salido con cinco fotos más, todas con estéticas opuestas. Lo icónico, lo que queda en la memoria, suele necesitar solo una imagen. Una. Y nada más.
En los últimos años, sin embargo, se ha instalado una nueva moda en la música: los artistas lanzan múltiples portadas de un mismo álbum, ya sea en vinilo, CD o edición digital. Taylor Swift lo hizo con Midnights y TTPD, y ahora lo repite con The Life of a Showgirl (que verá la luz el 3 de octubre), publicando varias portadas alternativas. Sabrina Carpenter también apostó por esta estrategia para Short n’ Sweet y ahora con Man’s Best Friend, que sale este 29 de agosto y ya tiene a los fans coleccionando variantes, cada una con una estética distinta. La lógica detrás es clara: es una estrategia de marketing efectiva. Cada portada diferente se convierte en un objeto de deseo para los fans más leales, que están dispuestos a comprar varias ediciones del mismo álbum. Esto impulsa las ventas, asegura posiciones en los charts y genera conversación en redes sociales. Un win-win para el artista y la industria, si lo pensamos desde esa perspectiva.
Pero ¿qué pasa con la música como objeto cultural? ¿Qué pasa con esa fuerza simbólica que tenía abrir un disco y reconocerlo de inmediato por su portada? Hoy, en lugar de una identidad clara, muchos lanzamientos parecen fragmentarse en piezas de merchandising con estéticas que no necesariamente dialogan entre sí. El resultado: discos que parecen sentirse con menos personalidad, con menos coherencia visual y, en algunos casos, más como un producto que como una obra artística. Al final, lo que hacía memorables a ciertos discos no era tener diez versiones, sino una sola imagen que se grababa en la cultura pop para siempre. Y quizá ahí está el verdadero desafío para esta nueva era musical: decidir si preferimos acumular variantes bonitas para coleccionar o una sola portada que se convierta en historia.









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