Ni las modelos se salvan. La edición de agosto de Vogue 2025 ha generado conversación, y no precisamente por su portada con Anne Hathaway. Lo que realmente ha causado impacto está en las páginas interiores: una campaña de la marca Guess protagonizada por una modelo que, a simple vista, parece una más del catálogo. Cabello rubio ondulado, mejillas sonrojadas, dientes perfectos y un vestido largo a rayas con bolso a juego. Todo parece calzar, hasta que lees la pequeña nota al pie que lo cambia todo: “produced with artificial intelligence” (producido con inteligencia artificial, en español). Con esa frase casi imperceptible, Vogue marca un hito en la narrativa visual de las editoriales de moda, pero también abre un debate incómodo: ¿qué significa esto para las modelos reales que llevan años luchando por mayor representación y diversidad? ¿Y para los lectores que siguen enfrentándose a expectativas estéticas irreales?
Si ya durante décadas se ha criticado a la industria por promover estándares inalcanzables a través de modelos hiperdelgadas, pieles sin poros y rostros sin arrugas, la irrupción de modelos generadas por inteligencia artificial eleva esa vara a un nivel irreal. Literalmente. Ya no se trata solo de ideales difíciles de alcanzar, sino de cuerpos y rostros que ni siquiera existen. ¿Cómo se supone que una mujer real -con celulitis, con ojeras e inseguridades- pueda verse representada cuando la referencia es algo artificial? El debate sobre la IA en moda no es solo técnico ni estético. También es profundamente ético. ¿Estamos dispuestos a reemplazar la diversidad, la representación y la humanidad por una ilusión digital perfecta?








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