Hubo un tiempo en que las popstars adolescentes tenían nombres propios: Miley, Selena, Demi, Taylor. Iconos que no solo dominaban las radios y las alfombras rojas, sino que también definieron a una generación. Y aunque ellas siguen brillando con su música y estadios llenos, ese lugar fresco y nuevo que alguna vez ocuparon ya ha sido -merecidamente- tomado por una nueva ola de estrellas. Olivia Rodrigo, Gracie Abrams, Sabrina Carpenter, Addison Rae, Tate McRae y Chappell Roan se han ganado el corazón de la Generación Z. Y no es difícil entender por qué.
A diferencia de sus antecesoras, estas cantantes no vienen moldeadas por una fórmula. No nacieron (del todo) del star system de Disney, ni de los manuales más tradicionales del pop, sino del caos creativo de internet, donde lo vulnerable convive con lo viral. Olivia canaliza la rabia adolescente con letras que se sienten como gritos contenidos, Gracie escribe como si nos dejara leer su diario de vida y Sabrina transforma el heartbreak en humor afilado. Addison Rae, contra todo pronóstico, se apropió del pop nostálgico con una estética caótica, pero pensada hasta el último detalle. Tate McRae le canta a la inseguridad con coreografías de TikTok y Chappell Roan hace del exceso, lo queer y lo teatral una declaración de identidad. Ellas no buscan ser perfectas. Buscan ser reales. Y en ese gesto hay algo profundamente liberador que, quizás, no habíamos visto antes.
Tal vez por eso la Gen Z las ha querido con tanta fuerza. Porque en un mundo cada vez más ruidoso, acelerado y con filtros, estas cantantes ofrecen una mezcla perfecta de sinceridad, estética y melodía. Nos recuerdan que el pop sigue siendo un espejo emocional, un refugio, un lugar seguro donde todo -desde el drama más ridículo hasta la tristeza más real- tiene un espacio. Y así como una vez cantamos a gritos “You Belong With Me” o “Who Says”, hoy lo hacemos con “So American”, “Manchild” o “Pink Pony Club”. Porque cada generación necesita sus propias voces. Y estas, sin duda, son las nuestras.










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