Cada julio, Wimbledon se convierte en mucho más que un torneo de tenis: es una postal viva del lujo silencioso. Entre canchas impecables, fresas con crema y aplausos contenidos, este evento británico encarna una estética cuidadosamente curada que ha permanecido intacta durante décadas. A diferencia de otros encuentros deportivos donde predomina el show, aquí la elegancia es sutil, reglada y casi ceremonial. El blanco, obligatorio en la vestimenta de los jugadores, no es solo una norma: es un símbolo de pureza, tradición y distinción.
La atmósfera de Wimbledon dialoga perfectamente con la tendencia del quiet luxury que ha dominado la moda en los últimos años. Ese lujo que no necesita logotipos para imponerse y que se expresa en la calidad, los cortes y la sobriedad. En la cancha, esta filosofía se manifiesta en faldas plisadas, tejidos técnicos de apariencia clásica y detalles que respetan la etiqueta. Fuera de ella, en las gradas, se replica con vestidos de siluetas refinadas, trajes de lino y accesorios discretos pero costosos. No es casualidad que Ralph Lauren, embajador del estilo preppy estadounidense, sea el encargado del uniforme oficial del torneo.
Las celebridades que asisten al evento lo entienden bien. En Wimbledon, no se va a deslumbrar, sino a encajar con gracia. Por eso, figuras como Emma Corrin, David Beckham, Alexa Chung o la propia Kate Middleton eligen marcas de lujo que apuestan por la sobriedad: desde Bottega Veneta hasta Loewe, pasando por piezas vintage y diseñadores británicos que celebran la tradición sin sacrificar modernidad. La ropa actúa como un guiño: soy parte del club, aunque sea solo por un día. Este año, Olivia Rodrigo y Louis Partridge se robaron las miradas con un look clásico impecable. La dupla de cantante y actor nunca falla, ni siquiera en Wimbledon.










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