La última campaña de Calvin Klein con Bad Bunny como protagonista no solo desató conversación en redes sociales, sino que reafirmó por qué las campañas de ropa interior de la marca se han convertido en una parte fundamental de la cultura pop. Con fotografías minimalistas pero cargadas de actitud, la casa americana demuestra una vez más su habilidad para captar la esencia de las celebridades y fusionarla con su sello distintivo.

 

 

Desde los años 80, Calvin Klein ha apostado por una estrategia de marketing que se siente personal y provocadora. El gran momento llegó en 1992, cuando una joven Kate Moss y Mark Wahlberg protagonizaron una de las campañas más recordadas de todos los tiempos. La combinación del estilo andrógino de Moss y la masculinidad cruda de Wahlberg redefinió los estándares de la moda y llevó la ropa interior a un nivel icónico.

 

 

A lo largo de las décadas, Calvin Klein ha trabajado con un impresionante repertorio de rostros que marcaron tendencias. En 1980, Brooke Shields protagonizó una campaña que marcó un antes y un después en la moda publicitaria. Con solo 15 años, Brooke declaró que “nada se interpone entre ella y sus Calvins”, y esa frase se convirtió en un símbolo de rebeldía juvenil. Más tarde, en 2015, Justin Bieber generó un fenómeno mediático con su campaña en blanco y negro, que se ganó tanto la admiración de sus fans como una oleada de memes.

 

 

El secreto detrás de todas estas campañas radica en su simplicidad. Los visuales minimalistas, con fondos neutros y sin distracciones, centran la atención en las líneas limpias de las prendas y en la conexión que logran transmitir las celebridades. La capacidad de Calvin Klein de combinar el arte provocador con la relevancia cultural ha consolidado su lugar como un ícono de las campañas publicitarias, dejando siempre al público preguntándose quién será su próximo rostro.

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