Mientras miraba el cierre de The Eras Tour a través de un live en TikTok, con Taylor Swift haciendo su clásica reverencia bajo una lluvia de confeti, no pude evitar sentir que estaba viendo el fin de algo histórico. Esto fue mucho más que una gira mundial.
Tres horas de música con una producción impecable, un desfile infinito de vestuarios que encapsulaban cada era de su carrera, efectos visuales que eran una obra de arte por sí mismos y una calidad musical que dejó la vara altísima para cualquier otro artista. Swift creó un espectáculo para todos: los fans más antiguos, los nuevos, los haters y los que se acercaron al show con escepticismo, terminando completamente cautivados por su desplante.
Si bien la cantante ya tenía una altísima popularidad, The Eras Tour lo cambió todo. Después de 1 año y 9 meses, 51 ciudades, 5 continentes, 152 estadios completamente sold-out y 517 horas en el escenario con un recorrido por 11 eras que repasan las casi dos décadas de su carrera, Swift se convirtió en un fenómeno global. Escuchar ese “It’s been a long time coming” se convirtió casi en una experiencia religiosa.
Fue algo que no veíamos desde Elvis, Michael Jackson o los Beatles. La diferencia: esta vez, la estrella tenía un rostro femenino. Por dos años, el mundo entero giró en torno a ella. La ames o la odies, es algo indiscutible. Swift rompió récord tras récord, generó millones, saturó las redes sociales, movilizó comunidades y se convirtió en un tema de conversación global. Pero el verdadero legado de este tour no se mide en cifras.
En el corazón de The Eras Tour estuvo la celebración de compartir: desde intercambiar los famosos friendship bracelets hasta cantar a gritos canciones que han acompañado a cada generación de fans en algún momento de sus vidas. Swift les ofreció un refugio, un lugar donde podían bailar, llorar y reír. Cada noche miles de personas se reunían por un mismo propósito, sin importar las diferencias etarias, políticas, sociales e ideológicas. Más allá de los récords y las ovaciones, esta gira pasará a la historia por habernos hecho parte de algo más grande que nosotros mismos. Y eso, como diría ella, es un verdadero legado que dejar.












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