Es común escuchar que la moda es una frivolidad, un juego de apariencias destinado a quienes se preocupan más por lo externo que por lo interno. Cuando digo que me gusta escribir sobre moda, muchos me miran con esa expresión de «¿no podrías dedicarte a algo más inteligente o importante?». Por supuesto, nadie lo dice en voz alta, pero sus rostros los delatan. Ese tipo de reacciones (y he tenido varias) me han llevado a preguntarme si esta área es realmente tan superficial como algunos creen. La verdad es que no lo es. Esa perspectiva simplifica, y hasta distorsiona, una industria que, si bien se alimenta de tendencias y estéticas, también ha influido profundamente en la política, la cultura y la forma en que nos entendemos a nosotros mismos. La moda, más allá de las apariencias, ha sido y sigue siendo una herramienta de autoexpresión y un reflejo de cambios sociales.

 

 

A lo largo de la historia, la moda ha sido un indicador cultural y político. Pensemos en los años 60 y el auge de la minifalda, una prenda que no solo rompió con las convenciones sociales de la época, sino que también se convirtió en un símbolo del feminismo emergente y la liberación sexual. De igual forma, las sufragistas del siglo XX utilizaron la moda para hacer una declaración política, optando por trajes sobrios y cómodos que desafiaban la idea tradicional de lo femenino, demostrando que la ropa puede ser un vehículo de resistencia.

 

 

En la política contemporánea, los líderes mundiales han utilizado la moda para comunicar mensajes sin necesidad de pronunciar palabras. Desde los trajes de Margaret Thatcher hasta el uso de prendas tradicionales por figuras como Michelle Obama, lo que vestimos puede hablar sobre nuestras intenciones, valores y alianzas. Incluso movimientos como el «power dressing» en los años 80 dieron voz a la mujer en el entorno laboral, desafiando las jerarquías de género.

 

 

Pero la moda no solo es política, también se ha constituido como una poderosa herramienta de autoexpresión. La elección de un atuendo no es coincidencia, lo que decidimos vestir cada día es una manifestación de quiénes somos o quiénes queremos ser. ¿Cuántas veces hemos recurrido a una prenda para sentirnos más seguros, más libres o más auténticos? En un mundo donde a menudo no tenemos control sobre muchas cosas, la moda nos da la oportunidad de decidir cómo queremos que el mundo nos vea, y más importante, cómo queremos vernos a nosotros mismos.

 

 

Es cierto que la moda tiene su lado superficial, eso no lo voy a negar. Pero este no es el único ni el principal aspecto. La moda es un lenguaje visual, un medio de comunicación que habla de nuestras ideas, valores y emociones. ¿Cómo es posible que algo con tanto impacto cultural y social pueda reducirse a la apariencia? Para responder a mi pregunta inicial: no, la moda no es tan superficial como la pintan. Lo cierto es que es un reflejo de nuestras aspiraciones, de nuestra identidad y de las historias que queremos contar. Y esas historias, lejos de ser superficiales, son profundamente humanas.

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