«¡La belleza es tu deber!» («Beauty is your duty!», en inglés) sentenciaba la edición británica de la revista ‘Vogue’ en 1941. Durante la II Guerra Mundial, la estética se convirtió en un acto de compromiso patriótico, potenciado por el propio Winston Churchill. Aunque la industria de la belleza pueda parecer innecesaria en tiempos de crisis, muchos gobiernos la han considerado imprescindible. Pero ¿por qué?
Aunque los británicos paralizaron la producción de la gran mayoría de productos que no fueran estrictamente necesarios, el primer ministro del Reino Unido decidió hacer una excepción con el pintalabios y lo convirtió en un bien de primera necesidad, ya que su uso “levantaba la moral de la población”. Mientras que algunos bienes como los huevos y las salchichas eran racionalizados, los lápices de labios se dispensaban con la misma facilidad que la harina.
Las mujeres sabían que debían estar preparadas en caso de que les tomaran fotos que posteriormente llegarían a manos de los alemanes. Ellas eran, de alguna forma, las responsables de dar la imagen del país al exterior, y eso les daba mucho poder. En los tiempos que el abastecimiento era menor, utilizaban hasta el último recurso para estar maquilladas: remolacha como pintalabios, cera para botas como sombras de ojos y hasta salsa de carne asada para pintarse la parte posterior de las piernas y así hacerle creer a los nazis que tenían medias de nylon. La estética se convirtió en una estrategia de guerra más.
Por más trivial que pudiera parecer en otro escenario, en momentos de desesperanza la belleza puede ser un acto de control. Llevar pintalabios rojo hacía a las mujeres sentirse fuertes, seguras y atractivas, sentimientos que son especialmente preciados en tiempos de guerra. Cuando todo está cambiando, tener control, por lo menos, de la apariencia puede sentirse como una victoria.










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